El patio chico

jueves, 24 de abril de 2008

En 6to básico, cuando salía de la casa de mi abuela, me acuerdo que me revisaba de pies a cabeza, que no me fuera a faltar nada, bolsón lleno de cuadernos, peinado al lado casi que a la gomina, zapatos lustrados... un chiche.
No me acuerdo de haber vuelto nunca ni parecido a eso. Jugar pichangas (o perseguir pelotas, que en el patio chico era pan de cada día) durante los recreos hacía que aflojara la corbata, se saliera la camisa, me despeinara, además correr a todo pulmón y caerse en el maicillo del patio grande me pelaba las rodillas hasta el hueso, quedaba cubierto todo de un polvo que se metía hasta los bolsillos. Nada de esto me iba a permitir llegar ordenadito a mi casa.
Cuando volvía, mi abuela me miraba y no decía nada, los pantalones, después de cambiarlos varias veces en el año, finalmente (y por cansancio) tenían parches.
Estoy seguro que ella sabía, el niño que venía de vuelta del colegio cansado, sucio, arrastrando el bolsón y con el pelo revuelto no era el mismo que salió de ahí en la mañana, el que volvía era un niño feliz.
A. L.

2 comentarios:

Enrique Álvarez Valdés dijo...

Las abuelas forman una institución. Eran todas distintas pero similares a la vez. Que buen recuerdo A.L. tienes de vuestra abuela. Felicidades.
LEAV.-

Aponcho dijo...

Gracias, es de las personas que cuando ya no estan, dejan un inmenso vacío.
Saludos
Alfonso Lastarria